Jorge Alonso Zapata ha sido un observador de la ciudad y de la gente que la habita y fue su experiencia como investigador en el CTI de la Fiscalía que inspiró su trabajo principal como artista, aun habiendo mostrado su inclinación por las artes y el dibujo desde pequeño. El trabajo nocturno le permitió apreciar el lado antagónico de la ciudad: los crímenes, las drogas, la incautación de armas y toda la problemática de una ciudad en conflicto.
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Jorge Alonso Zapata. Testigo de excepción.
Jorge Alonso Zapata ha testimoniado por décadas lo que ocurre por los rincones del centro de Medellín, a través de una observación cercana y empática con la vida de los otros. La suya es una postura vital afirmativa de su propia existencia, con un potencial enorme como modelo de comprensión de la condición humana y urbana; su cercanía y empatía permiten ver sin prejuicios ni velos, la realidad plena, desbordada y antagónica, que se opone y diferencia en gran medida de los esquemas socioculturales vigentes como ideales de vida citadina.
Zapata ha registrado en sus pinturas, collages, ensamblajes y objetos, la vida “por los lados de Barbacoas”, a través de una mirada que es naturalmente cómplice, sin ensalzar lo que registra, pero que nada más por su constancia y prolongada insistencia, constituye un homenaje tácito a la verdadera realidad del vivir en el centro de Medellín desde fines del pasado siglo hasta hoy, y siempre en el presente.
El color en estas piezas expuestas es un catalizador brillante y animoso que nos capacita para compartir su acercamiento sin artificios a nuestra condición de habitantes de ciudad. Porque sin duda sus narraciones coloridas no son estrictamente leyendas de princesas y castillos; no obstante, recuperan y postulan una actitud que hace vivible lo que narran. El suyo es un testimonio de excepción, no sólo por la unicidad de lo que puede testimoniar; su singularidad también resulta de un detenerse por años a observar, conocer, comprender, intuir o imaginar, cuanto ocurre en las calles caóticas, en el tosco espacio íntimo cobijado bajo el caos, o en la Medellín que anida en su imaginación creadora, a partir de todo ello. Su validez especial como testigo radica en que es artista, y de allí que sus medios, los reunidos en esta sala, traen consigo una riqueza simbólica que les hace contar no sólo lo que dicen, lo visible, sino lo que resuena en cada uno de nosotros al mirarlos.
Nydia Gutierrez,
Julio 2020
Biografias
Nació en San Vicente Ferrer (Antioquia) en 1965. Desde niño mostró inclinación por el dibujo y las artes, sin embrago, su trabajo principal como artista se desarrolla años más tarde después de haber trabajado durante 3 años en el CTI Cuerpo Técnico de Investigaciones de la Fiscalía General de la Nación. El trabajo en la noche le permitió conocer la ciudad, pero con otra mirada: los crímenes, las drogas, la incautación de armas y toda la problemática de una ciudad en conflicto. Primero empezó pintando un sitio donde se expendían drogas, luego se tomó los muros de la calle, después empezó a trabajar con papel en formatos pequeños y con un estilo propio que quiere comunicar, compartir en cada obra, como una historia o una especie de crónica urbana.
Al mirar como investigador la ciudad y la gente que la habitaba, la economía informal, y modos de subsistencia, empezó a encontrar una situación muy dolorosa, evidenciando una problemática de desarrollo que genera desplazamiento intraurbano y rechazo del sistema. Fue aquí donde halló muchas historias que contar con la pintura, pues, dice, no tenía la habilidad para escribirlas. Esos seres humanos que por razones ajenas a su propia circunstancia fueron abocados a habitar la ciudad en medio del caos que genera su propia vida, en muchos casos por un desplazamiento en contra de su voluntad, le permitieron descubrir unas nuevas estéticas y una problemática social. A estos seres les da color en sus obras, les da vida propia a través de su trabajo.
Su técnica varía entre acrílicos sobre papel, tela y materiales que recicla en su recorrido por la ciudad.
Ha recibido los premios:
- Mención en la Categoría Autodidactas, SALÓN DEPARTAMENTAL DE ARTES VISUALES 2006, (Medellín, Antioquia) por las obras: “Sin Tetas no hay Paraíso o Pare de Sufrir” y por la obra “No Orinarse Aquí.”
- Primer Puesto Categoría Autodidactas – SALÓN DEPARTAMENTAL DE ARTES VISUALES VERSIÓN 2007 (Medellín, Antioquia) “Dos en uno - Crónicas urbanas”
- Mención Categoría Autodidactas – SALÓN DEPARTAMENTAL DE ARTES VISUALES versión 2009 (Medellín, Antioquia) – “Casa De Citas Nº 2”
- Mención IX Salón de artistas Consagrados Bienal Internacional de Arte Suba 2014
- Mención V Salón Nacional de Arte Popular – Fundación BAT Colombia – Ministerio de Cultura – Bogotá – 2016
- Mención VI Salón Nacional de Arte Popular – Fundación BAT Colombia – Ministerio de Cultura – Bogotá – 2018
Su trabajo artístico hace parte de las colecciones particulares y de instituciones como el Banco Mundial, el Museo Maja de Jericó y el Museo de Antioquia, entidad que posee 37 obras en la colección de artistas colombianos.
Ha participado en múltiples exposiciones individuales y colectivas en todo el país, entre museos, galerías y espacios independientes. Su obra ha estado en Washington, Mexico, Cuba, Clermond Ferrand y Bourdeaux (Francia), Torrijos y Toledo (España) Praga (República Checa).
Arquitecta y museóloga venezolana. Ex-Curadora Jefe del Museo de Antioquia en Medellín, y del Museo de Bellas Artes de Caracas. Profesora de Curaduría en la Maestría en Museología de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá. Miembro del Museal Episode, del Goethe Institut, grupo internacional de pensamiento sobre el futuro de los museos, en el contexto decolonizador de la museología del sur global, y el reconocimiento de la diversidad constitutiva de América Latina.
…. “Zapata, en quien persisten las maneras del investigador forense que fue, tiene una mirada limpia. Se ha conectado con esta zona desde una irrebatible empatía, a la que contribuye su técnica pictórica también afuera de la normatización de las academias. Esta forma que no se enreda con volúmenes, composiciones áureas ni perspectivas, le quita toda solemnidad a su visión. No mira desde afuera este paisaje, sino que se inmiscuye en él, como una equívoca planta más. Pero esta comunicación con su entorno solo puede entenderse a cabalidad cuando se camina junto a él por estas calles marginales, entre dos de los mojones más oficiales y monumentales de la ciudad: la serpiente de cemento y progreso que ha pretendido ser el metro y la Catedral Metropolitana.”…..
…. “De aquí salen las vibrantes pinturas de Zapata, y por eso siempre están en tensión cuando son colgadas sobre las paredes impolutas de las galerías. La vida de esas calles, su fauna explosiva, su impertinencia, pugnan con el ambiente controlado del cubo blanco. Lo que adentro del marco es natural: un pedazo de selva urbana intrincada, un ecosistema vivo y orgánico, corre el peligro de ser congelado y exotizado por los códigos del arte. Sin embargo, este choque de mundos, a la vez, contamina la asepsia del recinto expositivo.
Así, en el centro de estas fuerzas contradictorias va quedando el espectador, convertido en voyeur y cómplice. Es que las pinturas de Zapata avivan combates internos, interpelan la pretendida normalidad sexual, racial, estética, urbana… hasta que lo otro ya no es tan claramente lo otro. Ni uno será uno sin preguntas.”…
…. “Son múltiples los asaltos a los laberintos de la ciudad de Zapata. Estos se entroncan con una genealogía de lo marginal que podría remontarse a las grietas de Débora Arango, a los personajes oscurecidos de Óscar Jaramillo, a las prostitutas procaces de Lovaina de Javier Restrepo. Sin embargo, a pesar de su rudeza, el mundo de Zapata no es dramático como el de aquellos. Y esa es quizás una de sus principales características. El suyo es un universo vivo, leve, cambiante, donde las frutas tropicales conviven con cuchilladas traperas o los policías en moto con el brillo de uñas fucsia y escotes profundos. Individuos, sí, porque hay una intención de enfatizar la rica variedad de cuerpos con piernas de menos o penes de más, las minucias de la moda callejera, la arqueología de la basura. Pero lo que termina predominando es un cuerpo colectivo que transcurre en un tiempo simultáneo.
El manejo de esta temporalidad es fundamental para lograr unas escenas, más que fotográficas, cinematográficas, donde varias acciones se yuxtaponen hasta crear momentos únicos e irrepetibles: un hombre es subido a un carro policial, una travesti atrapa a un cliente con sus caderas descomunales, un niño se chupa un helado, un chico se refleja sobre un charco. Es la calle densa, explosiva, viva. Es su espacio intrincado, es su tiempo insondable.
Es que la calle parece encarnar nuestros nuevos Horizontes, como lo ha declarado Zapata en una obra que hoy pertenece al Museo de Antioquia, donde emula el primordial cuadro de Francisco Cano realizado en 1913, como una declaración de principios sobre la antioqueñidad. En la versión contemporánea de Jorge Zapata de aquella mítica pintura hay una transgresión del formato que recuerda a Débora Arango cuando unía varios cartones para lograr una superficie de grandes dimensiones. Las medidas reducidas y comerciales del lienzo estándar parecieron no alcanzarle tampoco a Zapata para abarcar la multiplicidad y simultaneidad del mundo urbano.
En su Horizontes, en cambio, el futuro se achata. Ahora solo existe el presente, insistiendo en la afirmación del aquí y el ahora de toda la obra de Zapata. Ya no hay utopías, solo realidades. Los hijos de la matrona primordial del cuadro de Cano ahora se han reproducido y lo llenan todo. Los protagonistas de Zapata son los desplazados del campo. Sin embargo, aunque este desapareció, lo siguen llevando incrustado en sus cuerpos. En su nuevo hábitat urbano ya no usan el hacha mítica, sino las herramientas prosaicas de la supervivencia. No tumban montes porque su épica ahora es sobrevivir con lo mínimo. La tragedia le ha dado paso a la resiliencia. La familia ha explotado, también las adscripciones de género, los roles, las estructuras sociales y laborales: las mujeres trabajan duramente, los hombres se cuelgan carteras, los niños no descansan en un vientre protector, sino que esquivan los carros. El espacio no se sueña detrás de una montaña idílica, sino que, inexistente, se logra y se pierde en cada momento. Frente a la Historia y sus periodos heroicos, solo queda el instante, el espacio fragmentado. Muerte festiva y pragmática de la utopía. Aunque según Aristóteles, una ciudad por definición está compuesta de personas diversas, estas diferencias siempre son percibidas como problemas. Los guetos son una respuesta a la dificultad que tenemos de estar unos al lado de otros.
Y eso es Barbacoas, un apartheid en la ciudad de las fronteras invisibles, pero también una recuperación del espacio para lo otro. Zapata se adentra en este carnaval de cuerpos diversos, ininteligibles, en cuya carne pelea lo no resuelto, lo que se calla, lo que no se acomoda. Cuerpos dislocados, descentrados y ambiguos. Cuerpos-preguntas, con sus provocaciones a las estéticas ortodoxas del macho traqueto y la mujer siliconuda como botín de guerra, a la lógica binaria, a los interdictos patriarcales, a los exilios capitalistas. Su obra combate todas estas discriminaciones poniendo el dedo en la llaga de las políticas escritas y no escritas sobre las exclusiones visuales del sistema de imágenes y las corporales de una urbe excluyente, como la Medellín de sus obsesiones.
Sol Astrid Giraldo E, en: Cuerpos al Este del Edén, El Sombrero de Beuys. Revista Universidad de Antioquia, N° 329 junio – septiembre 2017
…”Es muy posible que en la búsqueda te encuentres con la obra del artista Jorge Alonso Zapata (JAZ), tal vez por leer una columna en Universo Centro, o por ir de casualidad o por error al MDE15 en el Museo de Antioquia. La calle, te dices, sí que aparece en esta obra: las prostitutas y los travestis de Barbacoas, los pillos de Guayaquil, una pelea de cuchilleros en una de esas noches afiladas de Medellín, una fiesta en un bar donde suena una posible salsa brava, una balacera entre dos bandas desde dos terrazas. He aquí lo que buscaba, te respondes. Hay más calle en estos cuadros que en todo el graffiti callejero de la ciudad.”
Santiago Rodas en: https://www.museodeantioquia.co/blog/calle-esos-ojos/
“Jorge Alonso Zapata es un cronista de la vida en Medellín, y como tal no está interesado en darnos una lección de cómo ser mejores sino invitarnos a examinar cómo somos y nos comportamos, y en consecuencia qué ciudad tenemos. Como artista, sin embargo, la forma que se ha ingeniado para forzar a mirarnos en ese espejo de feria de diversión que devuelve una imagen exótica e insólita de nosotros mismos, a ratos divertida, extravagante y ridícula, falsamente inocente, es tremendamente efectiva”… ““al mirar sus cuadros es imposible no identificarnos con la realidad en que convivimos pasivamente, todos en complicidad, sin experimentar la agresión que nos produciría un reportaje gráfico. No entenderlo así es otro síntoma de nuestra ceguera”.
Félix Ángel, exdirector del Centro Cultural del BID en Washington. En Realidades grises narradas a todo color, Daniel Grajales, Periódico el Mundo Medellín, 24 - 02 - 2016
“Nydia Gutiérrez, curadora jefe del Museo de Antioquia, dice que la producción de este artista, cuyas creaciones también son exhibidas por estos días en el Museo, como parte del Encuentro Internacional de Arte de Medellín MDE15, “son una revelación que ha generado mucho entusiasmo, quizás por el tema, ya que Jorge es como un cronista de Medellín, que cuenta mucho de su realidad, que es precisamente lo que hemos querido lograr con el MDE, cada que se envían imágenes para prensa, por ejemplo, eligen las de sus pinturas”.
Nydia Gutierrez, Ex Jefe curaduría Museo De Antioquia. En Realidades grises narradas a todo color, Daniel Grajales, Periódico el Mundo Medellín, 24 - 02 - 2016
“Gran parte de su obra documenta la vida de una zona del centro de Medellín conocida como Barbacoas, reconocida por la prostitución, las drogas y el peligro. En muchas ciudades del mundo existen lugares así, que al analizarlos son reflejo de las políticas estatales, de las prioridades y complicidades de quienes tienen el poder. Pero Zapata no entra en discursos políticos, simplemente registra lo que ve diariamente en la calle, en los bares y hoteles, para mostrar a seres humanos que habitan la ciudad: podemos ver lo que no queremos ver por un lente compasivo.”
Nueve artistas para ver en el MDE15, Revista Arcadia 2015- 11 - 06
…“Arte y poesía, dos caras de la misma acción, se mezclan en este morador cuando desde los visillos otea la realidad: la ciudad, su ciudad. El artista, o poeta, es cronista de su tiempo y para este caso que nos ocupa sobre la ciudad, sobre esta ciudad, hablamos del artista/ poeta Jorge Zapata. Y así, el retrato es un intento por ver lo escurridizo, lo no evidente a simple vista para convertirlo en verso o trazo, y el retratista (artista o poeta, no importa) ejerce su noble tarea aun desde su condición inalienable de ciudadano. El retratista, antes de ser un gran dibujante, es un inquisidor que advierte hasta el más íntimo detalle de aquello que contempla de la realidad con juicio vehemente.
Su capacidad supera la mirada: se ubica entre el atisbo y la auscultación de un rostro, una situación o un evento que debe tratar como algo ajeno a él para emitir su imparcial y firme versión; aún más, si lo que pretende es un retrato de un cuerpo mayor, el de la ciudad que a veces mora y otras más habita, y su actuación es noble, es decir, sin grandes pretensiones, el resultado es simplemente magnánimo.
Ahora bien, si este retratista es uno que además logra recoger en su esbozo indicios del pasado y del futuro inmediato de esa presencia que le inquieta, estamos frente a un cronista, un reportero que carga una suerte de llave mágica de una temporalidad expandida y que eventualmente podría fungir de adivinador de cosas inciertas, cosas que claramente están por pasar y que los demás no podemos vislumbrar, al menos con la claridad con que él lo hace.
Este sujeto-célula, que oscila entre el morador y el habitante ve “al otro” que es ciudad, y en un ejercicio terco de aprendizaje para sí mismo, termina por explicarnos a los otros caminantes, sus conciudadanos y paisanos, el inmanente conjuro que encierra ese cuerpo frenético pero fascinante que ya le pertenece, la ciudad.
Un morador de esos que he tratado de dibujar con letras para decir ciudad, como quien procura una sinécdoque, es Jorge Zapata, un cronista y además retratista y poeta nato. Con una formación poco ortodoxa en lo que a la representación gráfica se refiere, este artista equilibra su impericia técnica con una intuición propia de quien ha vivido tras una huella en la misma esquina esperando el mejor momento para acertar en su emboscada. El resultado, un retrato sin tiempo colmado de coordenadas que narra a sus congéneres la angustia de una Medellín que creen conocer bien, pero que nunca había visto reír, soñar, suplicar o incluso reclamar atención de la manera como sus pinturas lo permiten descubrir.
Los actores de sus poemas dibujados son él mismo que muta de policía a mendigo, luego a puta para llegar a niño y malevo después, y vuelve como travesti y drogadicto en un sinfín de roles, como quien salta matojos. Todos sus personajes son Él, porque así lo quiere, lo necesita, porque son su espejo y porque Zapata es ciudad que no discrimina, que ama a todos sin distingo, con una fe que recuerda al nazareno.
El ojo se extravía tan de repente al mirar sus cartas dibujadas, que cuesta saber dónde comienza la alegoría y prosigue la realidad; con un agravante: nada de lo que aquí está escrito con colores y formas es ficción, aunque todo lo visto sea inventado. ¡Vaya paradoja… aquí es justamente donde vive el arte, la poesía!
Zapata deja ver en su poética construcción la cotidianidad de una vorágine-ciudad narrada con sus faenas más vividas y oscuras, aunque lo logra con un color diáfano y cuidado que no repele, no juzga ni recrimina, más bien convida y despierta la curiosidad. Deliberada posición que busca recordar el principio de un pueblo que se volvió ciudad a pesar de sí mismo, que no puede dejar de ser campo al mismo tiempo, pues sus habitantes y moradores, al sentarse sobre el hormigón frío de sus plazas no distinguen entre el pedregal y la huerta, con la esperanza de no ser arrollados por el progreso y, últimamente, por la indescifrable innovación.
En el trabajo de Jorge Zapata se evidencia que la salud de una ciudad (que en este caso es Medellín) se puede auscultar, sin mayor divergencia, en su centro urbano —que por lo general coincide con el cultural y comercial―. Para advertir su pulsión es necesario ver al común denominador, a su célula, que no es otro distinto al caminante de a pie que llega al centro para vivir la ciudad en su versión más completa, pletórica. Para conocer la personalidad de una ciudad no basta con estudiar su planimetría urbana, su arquitectura, su demografía y su comercio; se debe, antes que nada, entender cómo respira, come, habla, festeja, intercambia las cosas, y su vida misma, ese sujeto que la camina, la ama y sufre. Quienes ven y son vistos en sus calles y parques son la ciudad y eso lo deja claro cada cartón dibujado y coloreado por Zapata.
Queda claro, al ver este trabajo, que una ciudad aliviada es un cuerpo enamorado que irradia su soplo vital desde su vorágine. Si su corazón se marchita, nada de ella permanecerá en el tiempo; a lo sumo, sus círculos concéntricos buscarán a toda costa alejarse de su centro, sin sospechar si quiera que se estaría provocando una pandemia. Ahora solo queda saber qué es estar enfermo entonces.”
OSCAR Roldán- Alzate, Director Extensión Cultural U de A, Crónica Centro en:
U de A 27 junio 2017 Agenda Cultural Alma Mater
“Hace más de una década Zapata viene registrándolas en una crónica visual incisiva y paciente. En sus cuadros de apariencia naif, colores planos, contrastes chillones y figuras simples de bordes definidos ha fraguado una atrevida taxonomía de lo inclasificable. Sin comentarios ni juicios, se despliegan allí los expulsados y excluidos de la ciudad, espacios y cuerpos-detritos al Este de los relatos oficiales paisas”…. “Siempre me pareció que Jorge, quien en el pasado trabajó como investigador forense, tiene una mirada limpia que le ha permitido no engolosinarse o desbordarse al catar estos subterráneos mundos paralelos, y más bien se ha conectado con ellos desde una irrebatible empatía. Pero esto solo puede entenderse a cabalidad cuando se camina con él por estas calles marginales entre dos de los mojones más oficiales y monumentales de la ciudad: la serpiente de cemento y progreso que ha pretendido ser el Metro y la Catedral Villanueva de Medellín.”
SOL ASTRID GIRALDO ESCOBAR, Curadora, investigadora y crítica de arte, en: Las Brasas de un infierno Tropical, Revista Arcadia, 15/02/2017
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